66. Me siento

Hace unos días leía una noticia que me dejó sorprendido, y sin embargó no me llegó a extrañar nada: un individuo —ya de una cierta edad— quería cambiar el año de su nacimiento en su carnet de identidad; se sentía unos años más joven, por lo que se consideraba con derecho a semejante cambio.

Si yo hubiera sido el de la ventanilla, en principio, no sabría qué hacer: De una parte, el cambio que solicitaba esa persona es una falsedad, y de otra, la presión mediática para que cada uno o cada una sea lo que se siente me violentaría para hacer caso a su petición.

Probablemente le diría que la ley no contempla esa situación. Pero inmediatamente me vendrían a la mente otros casos distintos, pero análogos, en que sí se contemplan en la legislación. Estos son los fallos de las leyes artificiales en las que no se tiene en cuenta las voces de la naturaleza.

Si uno tiene derecho a ser lo que siente, entonces —por ejemplo— si una persona se sintiera alta siendo muy bajita, se podría considerar con derecho a jugar en un equipo de baloncesto; si no le contrataran podría acusar de bajofobia a quienes así actuaran contra su derecho.

Más aún, si es bajita y se siente alta, pero está a disgusto con lo que siente: ¿por qué no pedir un tratamiento especial de reducción de su escasa altura a la Seguridad Social, por caro que sea? Tiene derecho… a ser más baja, pues está a disgusto con su altura. ¡Que paguen los demás!…

Ya se ve que el “me siento” no puede ser la justificación de cualquier prestación que una persona solicite. Tiene que haber unos fundamentos objetivos y unas necesidades patentes para que la sociedad las cubra de modo subsidiario y justo, dentro de lo razonable, con jerarquía de prioridades. Las ayudas sociales, desgraciadamente, no pueden atender todos los casos.

Como siento que debo acabar el relato, lo termino aquí.

 

 

 

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