212. Recogiendo hojas

En otoño tiene lugar la caída de las hojas. Los parques, jardines y paseos se pueblan de ellas. Son un problema. Sobre todo, si están húmedas por causa de la lluvia. No es raro contemplar resbalones aparatosos, con consecuencias en algunos casos importantes, y en otros hilarantes.

Esto no lo desconocía Pepe, uno de los funcionarios municipales encargados de la limpieza de un barrio de la ciudad. Estaba orgulloso de su profesión. Sabía lo importante que era mantener los lugares de paso completamente limpios y, también, que los parques y jardines relucieran con todo su esplendor.

La cuadrilla de Pepe solía utilizar un soplador, un rastrillo y una enorme bolsa arrastrada por un carro,  donde las hojas eran echadas y compactadas; los cartones, envases, plásticos, colillas y demás los recogían en bolsas separadas.

En una ocasión Pepe se tropezó con una revista de Matemática Recreativa (así leyó en la portada) abandonada, encima de un banco próximo a la parada de los autobuses universitarios. Pensó que con las prisas algún estudiante se la habría dejado olvidada. La abrió por la mitad y se quedó helado al leer en letras mayúsculas, no sin dificultad:

“El teorema de Helly garantiza que: si en un jardín las hojas caídas son convexas y cada tres hojas cualesquiera tienen al menos un punto en común, entonces existe un lugar en el jardín donde, con un solo pinchazo de un gancho, se pueden recoger todas las hojas a la vez”.

No entendía nada, salvo las palabras jardín, hojas, pinchazo y el final del texto leído: “…se pueden recoger todas las hojas a la vez”. Los compañeros le preguntaban —viéndolo inmóvil con la revista en las manos— si le pasaba algo, mas él era incapaz de articular palabra. Lo acompañaron a su casa.

Pepe solo conocía las operaciones más elementales de la Aritmética. Pero, ¡ese jardín de la revista!… lo tenía fijado en su mente. “Con un solo pinchazo”, se repetía… No podía pensar en otra cosa. La obsesión iba tomando fuerza. Su mujer le decía que debía descansar, entretenerse, pedir la baja temporal, pero él seguía dándole vueltas al jardín de la revista. A partir de ese día solía soñar que recogía de un plumazo todas las hojas del parque colindante.

Al cabo de unos pocos días llamaron a la puerta. Abrió la mujer.

—¿Está su marido? —, fue la pregunta que le hizo un joven con pintas de estudiante.

—Sí… —respondió ella—, aunque se encuentra indispuesto.

—¿No será por culpa de la revista que me dejé olvidada en la parada de autobús?, preguntó de sopetón el joven sin atreverse a pasar.

—¿Cómo sabes lo de la revista? —, fue la respuesta de la mujer, animándole a que entrara.

—Me lo dijo un compañero de su marido a quien se me ocurrió preguntar. Fue él mismo quien me dijo dónde vivían ustedes.

—Pero pasa, no tengas miedo. Mi marido está obsesionado con algo que aparece en las páginas centrales sobre un jardín de tu revista. Dile algo, por favor. A ver si así se tranquiliza.

Sentado en un pequeño sillón el marido sostenía la revista abierta por la mitad. Al ver al estudiante entendió que venía a recuperarla y enseguida le entregó el ejemplar, diciéndole con fuerza que había llegado a la conclusión de que un jardín así es imposible que exista en el mundo.

—Efectivamente— intervino el muchacho—. Es pura abstracción matemática.

El marido no entendió la palabra abstracción, pero funcionó como una medicina maravillosa.

—Ya me parecía a mí, ya me parecía a mí…—, se empezó a decir a sí mismo en voz alta—. María, prepáranos por favor dos bocadillos de jamón y queso.

—Basta con uno— intervino con rapidez el chico. Lo partimos y ¡ya está! De todos modos…

—De todos modos, ¿qué?

—¿Sabe usted que el bocadillo se puede cortar con un cuchillo dejando a ambos lados la misma cantidad de pan, jamón y queso?

—Mira, con lo del jardín tengo suficiente. Llévate por favor la revista. ¡Lo que me faltaba con el bocadillo!… ¡Esos matemáticos!…

—Aquí tenéis el bocadillo partido por la mitad— dijo la mujer—. ¿Una cervecita?

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