209. Las dos bicicletas

Era a comienzos de un primer curso. Ella montaba una bicicleta azul y él una de color verde. No se conocían de antes. Tan solo coincidían en el aparcamiento municipal para bicis situado frente a la entrada de la Facultad. Siempre llegaba él el primero, y ella como medio minuto más tarde. Claro —se decía la chica—la bici de él era eléctrica y la suya una pobre bici mecánica…

El hecho es que el chico empezó a esperar a que ella terminara de aparcar su bici y —acto seguido— la acompañaba hasta el aula donde tenía las clases. Allí se separaban amistosamente.

Y así pasaron los días hasta que sucedió lo inesperado: él montando una bicicleta azul y ella una de color verde.

Él —ese día— volvió a llegar el primero, y ella —incluso peor que siempre— un minuto más tarde. No se lo podía creer. ¡Si ella había pedaleado con todas sus fuerzas y prácticamente había agotado la batería!

Pudo más la curiosidad…

—Perdona… todavía no sé cómo te llamas— dijo ella, saliendo al fin de su mutismo.

—Me llamo Alfonso, pero todos me llaman Al.

—Yo me llamo María. Simplemente María…

—No seas tímida, María. Tú quieres preguntarme algo más.

—Sí… Al, ¿cómo has llegado hasta aquí tan rápido?

—Bueno… es que soy un buen deportista.

—¿Un buen deportista?

—Me da vergüenza decírtelo. He ganado varios premios como ciclista.

—Ya… ahora lo entiendo; pero siempre eliges la bici eléctrica todos los días. No me parece que eso sea de un buen ciclista…

—Te he de confesar que la elijo porque cuando yo llego no quedan azules que son la mitad de baratas —como tú de seguro muy bien sabes. De todos modos, nunca he puesto la batería en marcha. Siempre tengo el motor apagado.

—¿Cómo?… ¡Si pesa el doble! ¿Te apetece tomar algo al acabar la última clase?

—Nada me gustaría más. Aunque ahora pregunto yo. Y a ti… ¿qué te ha pasado hoy?

—No sé… Puede que hayas sido tú quien se ha llevado la última bici azul… Me debes la diferencia, así que espero que seas tú mismo quien me invite a una cerveza.

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