196. La pregunta

El padre era un hincha del equipo de fútbol de su ciudad natal. De aquel que había ganado cuarenta años atrás dos Ligas consecutivas del Campeonato Nacional de Primera División, y ahora se hallaba, en plena Liga, en los primeros puestos. No doy más datos.

Se podría decir que el primer hijo que tuvieron los padres había aprendido antes lo que era una camiseta de fútbol que a mamar… (la que el padre llevaba puesta cuando se lo mostraron por primera vez).

Muy pronto la criatura comenzó a vestir imitando al padre, que en casa lucía siempre los colores de su adorado equipo.  Cuando este iba al estadio a ver jugar a su equipo, o lo veía por televisión en casa, añadía a su atuendo la correspondiente bufanda. No se olvidaba de tener al niño consigo en esos eventos. Al principio solo en casa y, cuando fue posible, se lo llevaba al campo. Con el paso del tiempo las camisetas y bufandas del niño se le iban quedando pequeñas conforme el niño crecía con ellas.

Al padre se le veía contento pues el pequeño resonaba con sus mismos ideales. Era consciente de lo bien que jugaba en su etapa infantil. Se lo imaginaba como un pequeño Messi. Incluso soñaba con que iba a ser titular de su equipo del alma al llegar a la mayoría de edad.

Pasaba el tiempo. La vitrina de la sala de estar se iba llenando de trofeos. Los recortes de la revista colegial y los de las noticias de la prensa local, en las que se hablaba del chico, las iba guardando en una carpeta; las fotos y los vídeos en la memoria del ordenador familiar. Todo eran alegrías.

Ya de titular indiscutible, en una sobremesa familiar, al hijo —todo un muchacho— se le ocurrió formular a sus padres la siguiente pregunta:

—¿Me podéis explicar por qué no estoy bautizado?

Se hizo un silencio tenso. Hasta ese momento la conversación había sido insustancial. Como si existiera un pacto tácito en no sacar temas conflictivos.

Rápidamente el padre tomó la palabra:

—Porque pensábamos —tu madre y yo— que eso lo tenías que decidir tú cuando te hicieras mayor.

—Pero vosotros sois cristianos— replicó el hijo.

—Sí…— dijeron los padres al unísono.

—Es decir: vosotros creéis que la religión es lo más importante de la vida y, sin embargo, no habéis sabido transmitírmela; en cambio, lo sé todo de nuestro equipo. Os puedo recitar de memoria todos los títulos que ha conseguido.

Nunca el hijo había hablado así a sus padres.

El padre cambió inmediatamente de conversación.

—¡Menudo golazo metiste el domingo pasado!

Y siguieron hablando del deporte rey.

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