226. La robótica sin norte

Lo primero que recordé, después de…, fue el nombre que me había sido impuesto: 153. «Te llamarás 153». Así me lo iba repitiendo la sombra que me acompañaba, como si quisiera asegurarse de que no me fuera a olvidar de ese nombre tan raro para mí. Pero… ¿Por qué ese nombre? ¿No me llamaba yo…?

Continuó ella —la sombra— por mostrarme la fábrica. Los embriones que se iban formando eran sometidos a un proceso de selección: los rechazados se desviaban para conservarlos en frío o para ser utilizados en la investigación, e incluso para desecharlos; mientras que los aceptados eran dirigidos hacia la madre máquina que los iba a gestar.

Gracias a un brumoso reloj de pared podía darme cuenta de que nacía un nuevo ser humano cada minuto. «¡Un gran logro de la ciencia haber acortado los tiempos de gestación!», entendí que me decía la sombra, cada vez que un recién nacido salía del seno-máquina y era depositado con sumo cuidado en un pequeño receptáculo acolchado, al mando de un robot materno que le hablaba, cantaba e incluso le daba leche materna.

Me imaginé entonces que así nací yo. «Pero… ¿de dónde procedo?, ¿quién es mi madre?, ¿quién es mi padre?,¿quiénes son mis antepasados?, ¿tengo hermanos o hermanas?, ¿quién soy yo?, ¿no me llamo yo…?». A estas preguntas no sabía qué contestar salvo a la última. La angustia fue creciendo hasta que…

… me desperté.

¡Uf! Todo había sido un sueño. Un mal sueño. Una auténtica pesadilla.

Con un esfuerzo sobrehumano encendí la luz de la habitación, agarré la libreta y el bolígrafo —que suelo tener accesible en la mesita de noche— y me puse a escribir lo que acababa de vivir en mi extraordinaria pesadilla. He de reconocer que me temblaba la mano. Todavía no sé cómo fui capaz de semejante tarea. Al terminar me puse a pensar: «¿Es éste el futuro para la humanidad? Sin padre, madre e hijos no hay familia; y sin familia no hay amor; y sin amor no es posible la felicidad. Además, sin pasado no se pueden entender el presente ni el futuro, quedando ambos en la más profunda de las oscuridades».

Me seguía intrigando el nombre 153 que me habían asignado en el sueño, hasta que me di cuenta de que era la suma de los 17 primeros números naturales: 1+2+3+…+16+17=153. Un número pitagórico. Había estado trabajando en teoría de números hasta una hora muy avanzada, en la que caí rendido de sueño, por lo que esta sería la razón más plausible de semejante nombre.

La verdad es que los sueños plantean situaciones que, aunque irreales, hacen pensar, y en muchos casos mover a la acción en la vida consciente para evitar que se hagan realidad las pesadillas.

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